Muchos opinan que los
movimientos sociales son antagonistas de los partidos políticos. Se debe esto al descrédito de la representación o de ONG extranjeras
que desean tener dominio sobre tales movimientos, dominio que perderían si
éstos se articularan con algún partido. Otros piensan que los partidos
políticos no necesitan de los movimientos sociales, ya que estos últimos no
deben entrometerse en el gobierno del Estado.
Opino que los movimientos sociales sin
articulación con algún partido político progresista involucionan auto
referentemente a sus fines particulares y pierden el sentido de los problemas
globales de la sociedad. Por otra parte, el partido político que no se articula
con los movimientos sociales pierde el sentido de los requerimientos incumplidos
del pueblo al que dice intentar representar en el ejercicio delegado del poder,
cuya única sede es el pueblo mismo y sus movimientos sociales.
Un movimiento social sin articulación con
un partido político progresista termina por encerrarse suicidamente en sus
estrechos intereses. El partido sin articulación con dichos movimientos se
fetichiza igualmente separándose del palpitar del pueblo oprimido y pierde
presencia en la base de la sociedad.
Los movimientos sociales deben enriquecerse
del diálogo, por la traducción de sus necesidades particulares por las que
luchan, con otros movimientos sociales, hasta formar un frente que logre
formular un proyecto hegemónico. Pero dicho proyecto hegemónico debe ser
emprendido por un actor colectivo, que es precisamente el partido político, que
forma los representantes que como gobierno formulan los fines globales que
comprenden las necesidades incumplidas de todos los movimientos sociales. Dicho
partido no inventa sus propuestas de gobierno futuro, sino que, ejerciendo un
poder obediencial, conduce en el consenso los objetivos formulados por los que
luchan los movimientos sociales.
Son éstos los que planifican los componentes o
la materia del proyecto hegemónico. Y es hegemónico porque incluye como fines
los requerimientos exigidos para el cumplimiento de las necesidades reales y
sufridas por la insatisfacción de los miembros de dichos movimientos sociales;
es decir, de la mayoría del pueblo, organizado bajo la conducción de sus
líderes naturales surgidos en esas luchas por el reconocimiento de sus derechos
y necesidades. El liderazgo social nacido de las bases debe articularse, y no
subordinarse, al liderazgo político, y la organización de los movimientos debe
siempre guardar autonomía con respecto al partido, que debe respetar su
libertad de movimiento. El que manda mandando es el movimiento social, en tanto
que propone los fines requeridos por el sector del pueblo que moviliza, fines
que se formulan desde la negatividad del sufrimiento padecido por los miembros
del movimiento.
El partido debe aprender a mandar
obedeciendo el mandato de los movimientos en cuanto a la materia y objetivo de
la acción política. Los movimientos, que generan las participación del pueblo,
deberán por su parte vigilar al partido (y sus representantes) para verificar
si cumplen con los requerimientos estipulados por consenso (del movimiento y
del partido) y castigar al partido en el caso de incumplimiento. Los
movimientos proponen los fines particulares, vigilan y castigan (invirtiendo la
propuesta de M. Foucault) al partido si no cumple con los encargos (hasta con
la revocación del mandato). El partido, por su parte, transformará en proyecto
global hegemónico del nuevo Estado (que no es dominación sin acuerdo entre los
movimientos) las necesidades propuestas por los movimientos para la
satisfacción de sus requerimientos (y los medios para su cumplimiento), y
ejercerá consecuentemente un poder obediencial con respecto a los movimientos,
que le aportarán la fuerza o potencia viva del pueblo (esencia material del
auténtico poder político). Sin esta fuerza de abajo el partido se fetichiza, se
corrompe y al fin se transforma en un instrumento corrupto de los poderes
fácticos (como acontece en el presente) que se sirve del pueblo y no sirve al
pueblo.
Los movimientos sociales no deben ser
interpretados por el partido como masas numéricas que les aportan votos en las
elecciones de representantes del partido. Mucho antes que eso y siempre, los
movimientos sociales auténticos, autónomos, dignos (no charros y corruptos)
aportarán entonces al partido los objetivos hegemónicos, la fuerza de la vida
que requiere cumplir sus necesidades particulares, teniendo gracias al partido
progresista un horizonte federal de todo el territorio y de la población global
del Estado.
Si en algo Lázaro Cárdenas tuvo un claro
sentido político es porque articuló movimientos sociales y partido, aunque
después el partido se fue fetichizando y corrompiendo, utilizando los
movimientos socialescharros contra el mismo pueblo que los había engendrado.
¿No es el mejor ejemplo un sindicato que ha despolitizando y paralizando a los
obreros de la mayor fuente de riqueza federal, como el petróleo, que los
abandona en el presente a su propia suerte porque es un simple instrumento
humillado de un partido que ya no tiene un proyecto de hegemonía, sino de clara
dominación sobre un pueblo empobrecido, oprimido, secuestrado, violentado?
Hoy es tiempo de volver a articular los
numerosos movimientos sociales auténticos en lucha por sus necesidades
particulares con un partido que se ponga a su servicio, situándose también los
movimientos al servicio global (sin perder su autonomía particular) de la
regeneración de la Patria ensangrentada en una etapa mucho más grave que la de
la coyuntura de 1934 del siglo pasado. Los movimientos de educadores, de
electricistas; de las víctimas de los secuestros del crimen, de la droga, de la
policía o del Ejército; de las autodefensas cuando son organizadas por las
comunidades mismas, de los oprimidos por su género y su color mestizo; de los
obreros; de los campesinos; de los pueblos originarios; de los marginales
urbanos; de las mujeres y los hombres de la tercera edad; de los ecologistas, y
de muchos otros movimientos sociales, en especial de los jóvenes descartados
como ninis, siendo que deben ser considerados la esperanza
desaprovechada del pueblo, todos ellos constituyen la inmensa mayoría, que si
articularan un proyecto hegemónico con un partido progresista y honesto serían
una fuerza incontenible que ni el fraude ni la mediocracia podrían vencer.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/03/12/opinion/014a1pol
*Enrique Dussel es un académico, filósofo, historiador y teólogo de origen argentino, naturalizado mexicano. Fue rector interino de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Es reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política, la Filosofía latinoamericana y en particular por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la liberación, corriente de pensamiento de la que es arquitecto, habiendo sido también uno de los iniciadores de la Teología de la liberación.