El carácter clasista de los servicios de salud
Alainet
Es muy curioso que
en Estados Unidos, donde las diferencias de clase son tan acentuadas,
sea prácticamente un tabú el referirse a las clases sociales. Se habla
de los ricos (“the wealthy”) y de los pobres (“the poor”) pero
expresiones como “clase dominante”, “clase privilegiada”, “clase obrera o
trabajadora”, etc., no se mencionan. En contraste, se utiliza mucho el
término “clase media”, seguramente porque refuerza el mito según el
cual, a despecho de las desigualdades de ingresos y de riquezas
acumuladas, las diferencias sociales resultan irrelevantes ya que todos
los ciudadanos, ricos o pobres, son iguales ante la ley, tienen acceso a
servicios de educación y salud y disfrutan de los bienes de consumo.
Siguiendo esta línea de pensamiento, si Estados Unidos es, en esencia,
una nación de clase media, no hay lugar para la lucha de clases. Nada,
por supuesto, más alejado de la verdad, pero la falacia se mantiene y se
refuerza mediante el discurso oficial y su eco abarcador de todos los
medios.
La realidad es que la clase media estadounidense se ha
ido debilitando y reduciendo, a un ritmo inquietante y peligroso para el
sistema capitalista, desde hace más de treinta años. Se habla de la
brecha creciente entre ricos y pobres pero apenas se alude a la que se
abre también profundamente entre los ricos y la clase media y a la que
se difumina entre la clase media y los pobres.
La situación se
ilustra convenientemente mediante la “pirámide de Samuelson” (1) . Si
construimos una pirámide con bloques de los que usan los niños para
jugar, y cada pequeño cubo representa un ingreso de $1,000, el vértice
de la pirámide sería más alto que la torre Eiffel para el 0,75 % de la
población norteamericana, mientras que para la mayoría de la población
no sobrepasaría una yarda de altura sobre el nivel del suelo. Si en
lugar del ingreso utilizamos la riqueza acumulada como referente, el
pico de la pirámide ya no alcanzaría la altura de la torre Eiffel sino
la del monte Everest.
Saco esto a colación porque los avales
otorgados por la Corte Suprema a la Ley de Salud Asequible (“Affordable
Care Act”) más conocida por “Obamacare”, en medio de una virulenta
oposición republicana, colocan de nuevo bajo luminarias el hecho de que
decenas de millones de ciudadanos norteamericanos carecen de seguro
médico, no son beneficiarios de cuidados preventivos de salud, o son
discriminados por las compañías de seguros debido a condiciones
patológicas preexistentes.
El sistema de salud de Estados Unidos
depende demasiado de equipamiento auxiliar de alta tecnología. Es el más
costoso del mundo y absorbe alrededor de un 14% del producto nacional
bruto. En consecuencia, aquellos que poseen un buen seguro de salud
reciben generalmente atención médica de primera calidad, aunque
desprovista con frecuencia de calidez humana, mientras un segmento
sustancial de la población no recibe o recibe limitadamente los
beneficios del sistema. Es por este motivo que Estados Unidos, a pesar
de que invierte en la esfera médica mucho más que cualquier otro país,
no logra ponerse al frente en ninguno de los índices de salud y, por el
contrario, en muchos de ellos ocupa un vergonzoso lugar detrás de países
con muchos menos recursos.
Otro enfoque erróneo es que los
problemas de salud se consideran comúnmente problemas individuales o,
cuando más, confinados al campo de la medicina. Sin embargo, los
problemas de salud están íntimamente vinculados al funcionamiento de
toda la comunidad y a los problemas sociales en todas partes del mundo.
Muchas enfermedades están ligadas directa o indirectamente a la pobreza o
al hecho de pertenecer a una minoría racial o étnica. El SIDA, por
ejemplo, o la drogadicción, requieren para combatirlos no sólo una
coordinación global sino también el encontrar soluciones a los problemas
sociales que favorecen su aparición y diseminación.
Existe sin
duda una relación inversamente proporcional entre la salud y la clase
social a la que se pertenece. En el sector de la población que se
encuentra por debajo de la línea de pobreza, la mortalidad infantil es
más alta y se presenta una mayor incidencia de toda una serie de
patologías como afecciones respiratorias, diabetes, deficiencias
nutricionales, artritis, incapacidades físicas, enfermedades infecciosas
y mentales. Por otra parte, mientras más abajo en la escala social
mayor es la probabilidad de ser víctima de accidentes y de actos
criminales.
La esperanza de vida aumenta cuando se tiene mejor
acceso a servicios médicos de calidad, a una dieta más variada y
nutritiva y a una más amplia información sanitaria; cuando se vive en
casas más confortables e higiénicas, se realizan trabajos menos
agotadores, peligrosos y alienantes, se dispone de más tiempo para el
descanso y la recreación, y se poseen los medios para viajar y disfrutar
de los deportes, el arte y la cultura en general.
Los servicios
de salud en Estados Unidos se corresponden con el sistema de
estratificación de la sociedad. La distribución de los servicios médicos
y su calidad siguen una pauta comercial y se fundamentan eminentemente
en el lucro y no en la necesidad. La ganancia como base de las
prestaciones de salud es mucho más acentuada en Estados Unidos que en el
resto de los países desarrollados. Las desigualdades de clase se
acentúan en relación con la pertenencia a minorías étnicas o raciales.
Las minorías reciben generalmente cuidados de salud de menor calidad que
la población blanca, incluso en aquellos casos en que los ingresos son
similares y sus seguros médicos ofrecen, en teoría, la misma cobertura.
Los
ampios recortes de los programas de asistencia social realizados por la
administración Reagan dejaron trágicas secuelas ya que los trabajadores
de bajos salarios no pudieron pagar el alto y creciente costo de los
seguros médicos privados y, al mismo tiempo, quedaron excluídos de la
ayuda gubernamental.
El que carece de seguro de salud puede, en
caso de emergencia por enfermedad o herida grave, acudir a los
hospitales estatales o del condado. El problema consiste en que estos
hospitales suelen quedar muy lejos de donde vive el paciente, están
siempre abarrotados, carentes de personal y sus presupuestos no alcanzan
para cubrir todas las necesidades. No es de extrañar, por tanto, que
los hospitales a donde van los pobres tengan las tasas más altas de
mortalidad. Cualquier intento de reforma se enfrenta a la oposición de
poderosas corporaciones médicas, farmacéuticas (“Big Pharma”),
empresariales y de compañías de seguros, principalmente. Los tímidos
cambios intentados por la administración Clinton en 1993 fueron
bloqueados por los intereses que actúan a través del Congreso. La
reforma de salud de la administración Obama, que hasta el año 2014 no
desplegará toda su fuerza, tendrá que superar todavía muchos obstáculos,
y el aspirante presidencial Mitt Romney ha prometido revocarla si
resulta elegido. La ley es muy importante porque aumenta notablemente la
cobertura de los servicios médicos y es un alivio para la población más
necesitada pero, no exageremos su potencial de cambio, la nueva ley no
resuelve ninguno de los graves problemas estructurales del sistema de
salud, problemas que se derivan de una estratificación social altamente
polarizada, una injusta distribución de la riqueza y desigualdades
institucionalizadas. En el mejor de los casos, si la reforma logra al
fin imponerse y tener éxito, estará todavía muy lejos de satisfacer el
principio de que el pueblo tiene derecho a recibir servicios de salud
universales y gratuitos, principio que sólo en la pequeña isla asediada
del Caribe se aplica de manera integral y consecuente.
(1)
Paul Samuelson (1915-2009): Premio Nobel en Ciencias Económicas. Uno de
los fundadores de la Economía Neo-Keynesiana. Se opuso a las rebajas de
impuestos a los ricos del presidente George W. Bush.
Fuente: http://alainet.org/active/56149