miércoles, 4 de julio de 2012

Estados Unidos: Los límites de la reforma sanitaria El carácter clasista de los servicios de salud

El carácter clasista de los servicios de salud

Alainet

Es muy curioso que en Estados Unidos, donde las diferencias de clase son tan acentuadas, sea prácticamente un tabú el referirse a las clases sociales. Se habla de los ricos (“the wealthy”) y de los pobres (“the poor”) pero expresiones como “clase dominante”, “clase privilegiada”, “clase obrera o trabajadora”, etc., no se mencionan. En contraste, se utiliza mucho el término “clase media”, seguramente porque refuerza el mito según el cual, a despecho de las desigualdades de ingresos y de riquezas acumuladas, las diferencias sociales resultan irrelevantes ya que todos los ciudadanos, ricos o pobres, son iguales ante la ley, tienen acceso a servicios de educación y salud y disfrutan de los bienes de consumo. Siguiendo esta línea de pensamiento, si Estados Unidos es, en esencia, una nación de clase media, no hay lugar para la lucha de clases. Nada, por supuesto, más alejado de la verdad, pero la falacia se mantiene y se refuerza mediante el discurso oficial y su eco abarcador de todos los medios.

La realidad es que la clase media estadounidense se ha ido debilitando y reduciendo, a un ritmo inquietante y peligroso para el sistema capitalista, desde hace más de treinta años. Se habla de la brecha creciente entre ricos y pobres pero apenas se alude a la que se abre también profundamente entre los ricos y la clase media y a la que se difumina entre la clase media y los pobres.

La situación se ilustra convenientemente mediante la “pirámide de Samuelson” (1) . Si construimos una pirámide con bloques de los que usan los niños para jugar, y cada pequeño cubo representa un ingreso de $1,000, el vértice de la pirámide sería más alto que la torre Eiffel para el 0,75 % de la población norteamericana, mientras que para la mayoría de la población no sobrepasaría una yarda de altura sobre el nivel del suelo. Si en lugar del ingreso utilizamos la riqueza acumulada como referente, el pico de la pirámide ya no alcanzaría la altura de la torre Eiffel sino la del monte Everest.

Saco esto a colación porque los avales otorgados por la Corte Suprema a la Ley de Salud Asequible (“Affordable Care Act”) más conocida por “Obamacare”, en medio de una virulenta oposición republicana, colocan de nuevo bajo luminarias el hecho de que decenas de millones de ciudadanos norteamericanos carecen de seguro médico, no son beneficiarios de cuidados preventivos de salud, o son discriminados por las compañías de seguros debido a condiciones patológicas preexistentes.

El sistema de salud de Estados Unidos depende demasiado de equipamiento auxiliar de alta tecnología. Es el más costoso del mundo y absorbe alrededor de un 14% del producto nacional bruto. En consecuencia, aquellos que poseen un buen seguro de salud reciben generalmente atención médica de primera calidad, aunque desprovista con frecuencia de calidez humana, mientras un segmento sustancial de la población no recibe o recibe limitadamente los beneficios del sistema. Es por este motivo que Estados Unidos, a pesar de que invierte en la esfera médica mucho más que cualquier otro país, no logra ponerse al frente en ninguno de los índices de salud y, por el contrario, en muchos de ellos ocupa un vergonzoso lugar detrás de países con muchos menos recursos.

Otro enfoque erróneo es que los problemas de salud se consideran comúnmente problemas individuales o, cuando más, confinados al campo de la medicina. Sin embargo, los problemas de salud están íntimamente vinculados al funcionamiento de toda la comunidad y a los problemas sociales en todas partes del mundo. Muchas enfermedades están ligadas directa o indirectamente a la pobreza o al hecho de pertenecer a una minoría racial o étnica. El SIDA, por ejemplo, o la drogadicción, requieren para combatirlos no sólo una coordinación global sino también el encontrar soluciones a los problemas sociales que favorecen su aparición y diseminación.

Existe sin duda una relación inversamente proporcional entre la salud y la clase social a la que se pertenece. En el sector de la población que se encuentra por debajo de la línea de pobreza, la mortalidad infantil es más alta y se presenta una mayor incidencia de toda una serie de patologías como afecciones respiratorias, diabetes, deficiencias nutricionales, artritis, incapacidades físicas, enfermedades infecciosas y mentales. Por otra parte, mientras más abajo en la escala social mayor es la probabilidad de ser víctima de accidentes y de actos criminales.

La esperanza de vida aumenta cuando se tiene mejor acceso a servicios médicos de calidad, a una dieta más variada y nutritiva y a una más amplia información sanitaria; cuando se vive en casas más confortables e higiénicas, se realizan trabajos menos agotadores, peligrosos y alienantes, se dispone de más tiempo para el descanso y la recreación, y se poseen los medios para viajar y disfrutar de los deportes, el arte y la cultura en general.

Los servicios de salud en Estados Unidos se corresponden con el sistema de estratificación de la sociedad. La distribución de los servicios médicos y su calidad siguen una pauta comercial y se fundamentan eminentemente en el lucro y no en la necesidad. La ganancia como base de las prestaciones de salud es mucho más acentuada en Estados Unidos que en el resto de los países desarrollados. Las desigualdades de clase se acentúan en relación con la pertenencia a minorías étnicas o raciales. Las minorías reciben generalmente cuidados de salud de menor calidad que la población blanca, incluso en aquellos casos en que los ingresos son similares y sus seguros médicos ofrecen, en teoría, la misma cobertura.

Los ampios recortes de los programas de asistencia social realizados por la administración Reagan dejaron trágicas secuelas ya que los trabajadores de bajos salarios no pudieron pagar el alto y creciente costo de los seguros médicos privados y, al mismo tiempo, quedaron excluídos de la ayuda gubernamental.

El que carece de seguro de salud puede, en caso de emergencia por enfermedad o herida grave, acudir a los hospitales estatales o del condado. El problema consiste en que estos hospitales suelen quedar muy lejos de donde vive el paciente, están siempre abarrotados, carentes de personal y sus presupuestos no alcanzan para cubrir todas las necesidades. No es de extrañar, por tanto, que los hospitales a donde van los pobres tengan las tasas más altas de mortalidad. Cualquier intento de reforma se enfrenta a la oposición de poderosas corporaciones médicas, farmacéuticas (“Big Pharma”), empresariales y de compañías de seguros, principalmente. Los tímidos cambios intentados por la administración Clinton en 1993 fueron bloqueados por los intereses que actúan a través del Congreso. La reforma de salud de la administración Obama, que hasta el año 2014 no desplegará toda su fuerza, tendrá que superar todavía muchos obstáculos, y el aspirante presidencial Mitt Romney ha prometido revocarla si resulta elegido. La ley es muy importante porque aumenta notablemente la cobertura de los servicios médicos y es un alivio para la población más necesitada pero, no exageremos su potencial de cambio, la nueva ley no resuelve ninguno de los graves problemas estructurales del sistema de salud, problemas que se derivan de una estratificación social altamente polarizada, una injusta distribución de la riqueza y desigualdades institucionalizadas. En el mejor de los casos, si la reforma logra al fin imponerse y tener éxito, estará todavía muy lejos de satisfacer el principio de que el pueblo tiene derecho a recibir servicios de salud universales y gratuitos, principio que sólo en la pequeña isla asediada del Caribe se aplica de manera integral y consecuente.


(1) Paul Samuelson (1915-2009): Premio Nobel en Ciencias Económicas. Uno de los fundadores de la Economía Neo-Keynesiana. Se opuso a las rebajas de impuestos a los ricos del presidente George W. Bush.

Fuente:
http://alainet.org/active/56149

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