Pinochet y Kissinger en 1976, en Santiago de Chile. “No veo por qué necesitamos quedarnos sin hacer nada y contemplar como un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propia gente", había declarado Kissinger en 1970. Fue el gran ideólogo del golpe de estado fascista, que tuvo en Pinochet el brazo ejecutor guiado por la CIA. Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973, el año en que tuvo lugar el golpe militar en Chile que se saldó con más de 40.000 personas asesinadas (cifras oficiales, aunque otras fuentes elevan la cifra por encima de las 100.000 personas).
El 24 de octubre, el Congreso chileno debía reunirse para escoger entre el candidato ganador y el del conservador Partido Nacional, Jorge Alessandri, que había quedado segundo. Por tradición era seguro que Allende se convertiría en presidente. Estados Unidos tenia siete semanas para evitar su toma del poder. El 15 de septiembre el presidente Nixon se reunió con Kissinger, el director de la CIA Richard Helms y el fiscal general John Mitchell. Las notas de Helms se han vuelto famosas: “Una oportunidad entre 10 quizás, pero ¡salven a Chile!”, “no se preocupen por los riesgos existentes", “diez millones disponibles, más si es necesario", “hagan chillar a la economia”. (26)
El Comité 40 autorizó fondos para sobornar a congresistas chilenos para votar por Alessandri (27), pero esto se dejó pronto de lado como impracticable y, bajo la presión de Nixon, los esfuerzos se concentraron en inducir a los militares a llevar a cabo un golpe y cancelar el voto del Congreso (28). Al mismo tiempo, Nixon y Kissinger dejaron claro a la CIA que no se tomaría a mal el asesinato de Allende. Un documento de la Casa Blanca sobre las opciones para considerar analizaba diversas formas en que esto podía realizarse (29).
Se inició una nueva campaña de propaganda en Chile dirigida a los militares, entre otros, para convencerlos de la catástrofe que sobrevendria a la nación si Allende llegaba a la presidencia. Además de las historias usuales de horrores comunistas, se hizo saber que se retiraría la ayuda norteamericana e internacional en general; esto fue acompañado de rumores y predicciones acerca de la nacionalización de toda empresa, incluidos los pequeños negocios, y el consiguiente colapso de la economía. La campaña de hecho afectó seriamente a la economía chilena y se produjo un pánico financiero (30). En privado los altos militares chilenos fueron advertidos de que se detendría la ayuda militar si Allende tomaba el poder (31).
Durante este periodo, según la CIA, se dieron a conocer más de setecientos artículos, transmisiones, editoriales, etc, en los medios latinoamericanos y europeos como resultado de la actividad directa de la Agencia. Esto es aparte de las historias “reales” de los medios inspiradas en las falsas. Además, periodistas en la nómina de la CIA, llegaron a Chile provenientes de al menos diez países para reforzar su material con la credibilidad de reportar desde el lugar de los hechos (32).
El fragmento siguiente de un cable de la CIA del 25 de septiembre de 1970 ofrece algunas indicaciones sobre el rango de tales operaciones mediáticas:
"Sao Paulo, Tegucigalpa, Buenos Aires, Lima, Montevideo, Bogotá, México informan la retransmisión continua de los materiales sobre el tema de Chile. También se reproducen estos elementos en el New York Times y el Washington Post. Las actividades de propaganda continúan dando una buena cobertura del desarrollo en Chile bajo nuestra orientación” (33).
La CIA también dio informes “internos” a periodistas norteamericanos sobre la situación en Chile. Uno de ellos ilustró a la revista Time sobre la intención de Allende de apoyar la violencia y destruir la prensa libre de Chile. Esto, señaló el informe del Senado antes referido, “trajo como resultado un cambio en el enfoque esencial” de la historia en la revista (34).
Cuando Allende criticó al principal periódico conservador, El Mercurio (fuertemente financiado por la CIA), la Agencia “orquestó cables de apoyo y protesta por parte de periódicos extranjeros, una declaración de protesta de una asociación internacional de prensa y cobertura mundial para la misma“ (35). Un cable enviado desde el alto mando de la CIA a Santiago el 19 de octubre expresaba la preocupación de que el golpe no tenía aún “ni pretexto ni justificación que pueda ofrecer para hacerlo aceptable en Chile o Latinoamérica. Parece necesario por tanto crear uno para servir de sostén a la proclamación [de los militares] de la necesidad del golpe para salvar a Chile del comunismo“. Una de las sugerencias que se daba era la fabricación de: “Evidencias firmes de que los cubanos planearon reorganizar todos los servicios de inteligencia en el molde cubano-soviético y así crear la estructura de un estado policial [...] Con los apropiados contactos militares se puede determinar cómo ‘descubrir’ el informe de inteligencia que podría ser plantado durante asaltos previstos por los carabineros [policía chilena]” (36).
Mientras tanto la Agencia mantenía activas consultas con varios oficiales chilenos que eran receptivos a la idea del golpe (la dificultad para encontrarlos fue descrita por la CIA como un problema de vencer la “inercia apolítica y constitucional de los militares chilenos”) (37). Les aseguraron que EE.UU. les darían apoyo total excepto en cuanto a la participación directa. El obstáculo inmediato que encontraron fue la decidida oposición del jefe del Ejército, René Schneider, quien insistió en que se siguiera el proceso constitucional. Debía ser eliminado.
En la mañana del 22 de octubre la CIA entregó ametralladoras “limpias” y municiones a algunos de los conspiradores (antes les habían entregado gas lacrimógeno). Ese mismo día, Schneider fue mortalmente herido en un intento de “secuestro” cuando se dirigía a su trabajo. La estación CIA en Santiago cablegrafió a sus jefes que el general había sido herido con el mismo tipo de armas que habían entregado a los conspiradores, aunque más tarde la Agencia declaró al Senado que los asesinos reales eran personas distintas. (38)
El asesinato no sirvió para los propósitos buscados. Sólo inflamó al ejército en torno a la bandera del constitucionalismo y ya quedaba poco tiempo. Dos días después, Allende fue confirmado por el Congreso chileno. El 3 de noviembre asumió el poder.
La escena estaba lista para el choque entre dos experimentos. Uno era el “socialista” de Allende dirigido a sacar a Chile del pantano de la dependencia y el subdesarrollo. El otro era, para expresarlo con las palabras del director de la CIA William Colby, “un prototipo o experimento de laboratorio para evaluar las técnicas de fuertes inversiones financieras para desacreditar y echar abajo a un gobierno" (39).
Aunque hubo algunos rasgos individuales en este experimento que fueron únicos para la CIA, en su conjunto fue tal vez la intervención más variada que emprendió EE.UU. en todos los tiempos. Durante el proceso se incorporó una nueva palabra al lenguaje cotidiano: desestabilización.
“No se permitirá que llegue ni un tornillo ni una tuerca a Chile bajo Allende”, había advertido el entonces embajador Edward Korry antes de la confirmación del presidente chileno (40). La economía del país, en extremo dependiente de EE. UU., era el punto débil, fácil para golpear. Durante los siguientes tres años los nuevos programas de asistencia gubernamental estadounidense a Chile disminuyeron hasta casi desaparecer; de manera similar ocurrió con los préstamos del Banco de Exportaciones e Importaciones (norteamericano) y del Banco de Desarrollo Iberoamericano, en el que EE.UU. tenía un poder de decisión equivalente al veto. Por su parte. el Banco Mundial no efectuó nuevos préstamos a Chile entre 1971 y 1973. La asistencia financiera gubernamental y las garantías a las inversiones privadas norteamericanas fueron cortadas abruptamente y se dio la orden a las empresas yanquis de apretar la soga económica (41).
Este boicot se tradujo en situaciones como los numerosos autobuses y taxis fuera de servicio en Chile, debido a la falta de piezas de repuesto, y lo mismo ocurría en las industrias del cobre, acero, electricidad y petróleo. Los suministradores norteamericanos se negaban a vender las refacciones necesarias a pesar de que Chile ofrecía pagar en efectivo y por adelantado (42).
La multinacional ITT, que no necesitaba que le indicaran qué hacer, declaró en un memorándum en 1970: "Una esperanza mas realista entre aquellos que quieren bloquear a Allende es que el paulatino deterioro de la economía evitará una ola de violencia que conduzca a un golpe militar" (43).
En medio de esto, y en contra de lo anunciado ante, se incrementó la ayuda militar durante 1972 y 1973, al igual que el número de militares chilenos entrenados en EE.UU. y Panamá (44). El gobierno de Allende, atrapado entre la espada y la pared, no se atrevió a rechazar esta "ayuda" por temor a buscarse el el antagonismo de los jefes militares.
Quizás nada produjo mayor descontento en la población que las escaseces, las pequeñas molestias diarias cuando no se podía conseguir un alimento favorito, o faltaba la harina, o el aceite de cocina, o el papel higiénico, las sábanas, el jabón, o una pieza de repuesto del televisor o del coche, o cuando un adicto no podía encontrar cigarrillos. Algunas de estas carencias eran resultado del momento de transición que vivía el país: empresas privadas que pasaban al control estatal, experimentos en centros bajo control de los trabajadores, pero esto era de poca monta en comparación con el efecto de la supresión de la ayuda y las prácticas de las omnipresentes corporaciones norteamericanas. Muy ilustrativas eran también las dilatadas huelgas mantenidas por largo tiempo gracias al apoyo financiero de la CIA (45).
En octubre del 1972, por ejemplo, una asociación de camioneros privados instituyó un cese de operaciones dirigido a interrumpir el flujo de alimentos y otros artículos importantes, incluidos periódicos pro gubernamentales (la sutileza no estaba a la orden del día en este país ultrapolarizado). La consecuencia de este paro fue el cierre de tiendas y cuando volvieron a abrirse, en muchas de ellas no aparecieron determinados productos, como los cigarrillos, retenidos por sus dueños para venderlos a mayor precio en el mercado negro. Luego la mayoría de las compañías privadas de autobuses dejaron de operar y, para coronar todo, numerosos profesionales y empleados de “cuello blanco", en su mayoría opositores al Gobierno, abandonaron el país con o sin ayuda de la CIA.
Buena parte de esta campaña estuvo dirigida a agotar la paciencia del público y a convencerlo de que “el socialismo no podía funcionar en Chile“. Sin embargo, se habían producido peores carencias antes del gobierno de Allende para una parte de la población: escasez de comida, de vivienda, de servicios de salud y de educación, por ejemplo. Al menos la mitad de la población había sufrido de desnutrición; Allende, médico de profesión, explicó su programa de leche gratuita a los niños señalando: “Hoy en Chile tenemos más de 600.000 niños con retraso mental porque no se nutren de la manera adecuada en los primeros ocho meses de vida, porque no reciben las proteínas necesarias"(46).
La ayuda financiera no era el único recurso empleado por la CIA en los casos de paro. Más de cien miembros de las asociaciones profesionales chilenas y gremios de empleados eran graduados de las escuelas del Instituto Americano para el Desarrollo del Trabajo Libre en Front Royal, Virginia. El IADTL, la principal organización laboral latinoamericana de la CIA, también ayudó a crear una nueva asociación profesional en mayo de 1971: la Confederación de Profesionales Chilenos. Los especialistas del IADTL tenían más de una década de experiencia en el arte de promover la agitación económica (o en mantener a los trabajadores sometidos si la ocasión lo requería) (47).
Los mercaderes de la propaganda de la Agencia sacaban provecho de la falta de productos y el desorden y los agravaban al instigar el acaparamiento. Todas estas técnicas se veían facilitadas por la casi ilimitada libertad de prensa: titulares y artículos difundian rumores acerca de cualquier cosa, desde nacionalizaciones hasta comida en mal estado y aguas contaminadas: "¡Caos económico! ¡Chile al borde del abismol", se leía en grandes titulares de un periódico; se anunciaba el fantasma de la guerra civil, cuando no se le invocaba de hecho; artículos alarmistas que en cualquier otra parte del mundo habrían sido considerados sediciosos: lo peor de los tabloides londinenses o del National Enquirer de EE. UU. parecería en comparación tan inocentes como una revista de odontologia (48). En respuesta a esto, en unas pocas ocasiones el Gobierno cerró durante un breve período de tiempo algún periódico o alguna revista, tanto de izquierdas como de derechas, por poner en peligro la seguridad (49).
El apoyo rutinario de la CIA a la oposición política fue ampliado para incluir a la organización de extrema derecha Patria y Libertad, de la que se dice que la CIA ayudó a formar y cuyos miembros la Agencia entrenó en guerra del guerrillas y técnicas de explosivos en escuelas en Bolivia y en Los Fresnos, Texas. Patria y Libertad realizaba asaltos y motines, en reiteradas provocaciones y actos de violencia, y sus publicacionesllamaban abiertamente a la realización de un golpe militar (50).
La CIA se dedicó a cortejar al ejército con este mismo fin. Ofrecer equipamiento militar implicaba la presencia normal de asesores norteamericanos y la oportunidad y para estos de trabajar cerca de los chilenos. Desde l969 la Agencia había ido reclutando "efectivos de Inteligencia" en las tres ramas de las fuerzas armadas, y esto incluía “oficiales a nivel de comandancia, de compañía, oficiales retirados y soldados". Al emplear su mezcla acostumbrada de información real y fabricada, junto con documentos falsificados, la CIA se las arregló para mantener a estos militares “en estado de alerta". Una manera era convencerlos de que la unidad de investigaciones de la policía estaba actuando en coordinación con la Inteligencia cubana para reunir información perjudicial para el alto mando del ejército, por supuesto con la aprobación de Allende (51).
Los periódicos financiados por la CIA en Santiago, en particular El Mercurio, a menudo se concentraban en el empeño de influir sobre los militares. Hablaban de intrigas comunistas para dispersar o destruir las fuerzas armadas, planes soviéticos de establecer una base de submarinos en Chile, el interés de Corea del Norte de construir una base de entrenamiento, y así por el estilo. Los artículos promovían el odio hacia el Gobierno entre los soldados y, en algunas ocasiones, se publicaban columnas enteras destinadas a cambiar la opinión de un oficial particular, en otro caso la opinión de la esposa de un oficial (52). La Agencia también subsidió un número de libros y otros tipos de publicaciones en Chile. Uno era un boletín anti gubernamental de corta vida destinado a los militares (53). Más tarde se hizo uso del semanario político y humorístico, Sepa, con los mismos objetivos. La cubierta del 20 de marzo de 1973 decía en el titular: “Robert Moss. Una receta inglesa para Chile: el control militar”. Moss era identificado como un sociólogo británico. Una descripción más apropiada habría sido que era un especialista en “noticias” asociado con conocidos medios de prensa de la CIA. Uno de estos: el Forum World Features de Londres (ver capitulo de Europa occidental) publicó el libro de Moss, El experimento marxista de Chile, en 1973, que la junta hizo circular ampliamente para justificar su golpe (54). Moss estaba asociado con un tanque pensante financiado por la Agencia en Santiago que tenía el muy inocuo nombre de Instituto de Estudios Generales. El lEG, entre otras actividades, realizaba seminarios para los oficiales chilenos en los que se explicaba en términos técnicos, apolíticos, por qué Allende era un desastre para la economía y por qué un sistema de liberalización del mercado ofrecía una solución a los males chilenos. No hay forma de medir hasta qué punto tales charlas influyeron en las futuras acciones de los militares, aunque tras el golpe la junta nombró a varios de los especialistas del IEG en cargos del Gobierno (55).
Mientras tanto la Estación de la CIA en Santiago estaba reuniendo la información necesaria para el momento del golpe: "listas de personas que se debían arrestar, instalaciones civiles clave y personal necesitado de protección, principales instalaciones del gobierno que se debían tomar y los planes de emergencia que el gobierno podría utilizar en caso de un alzamiento militar” (56). Más tarde aseguraron que esta información nunca fue entregada a los militares chilenos, algo que no suena muy probable. Debe destacarse que en los días que siguieron al golpe, el ejército fue directamente a las casas de muchos norteamericanos y otros extranjeros residentes en Santiago que eran simpatizantes de Allende (57). Los planes de emergencia del Gobierno fueron obtenidos supuestamente a través de sus agentes infiltrados en los numerosos partidos que integraban la coalición de Unidad Popular de Allende. Agentes situados en los niveles más altos del propio Partido Socialista fueron “pagados para cometer errores en su trabajo" (58). En Washington el robo era una de las tácticas empleadas por la Agencia para obtener documentos; varios fueron sustraídos de las casas de empleados de la Embajada chilena, y la misma Embajada, en la cual se habían instalado micrófonos desde hacía algún tiempo, fue allanada en mayo de ¡972 por varios de los mismos hombres que al mes siguiente escenificaron el escándalo de Watergate (59).
En marzo de 1973, la Unidad Popular ganó con cerca del 44 % del voto en las elecciones parlamentarias, frente al 36 % obtenido en 1970. Se dijo que era el mayor incremento que un partido en el Gobierno había alcanzado en Chile después de estar en el poder por más de dos años. Los partidos de oposición habían expresado públicamente su optimismo en cuanto a ganar las dos terceras partes de los escaños y poder así bloquear a Allende. Ahora se enfrentaban a otros tres años bajo su autoridad y con la perspectiva de no poder impedir, a pesar de sus esfuerzos, el crecimiento aún mayor de su popularidad.
Durante la primavera y el verano el proceso de desestabilización elevó sus proporciones. Hubo toda una serie de demostraciones y paros, con uno todavía más prolongado de los camioneros. La revista Time reportó: “Mientras la mayoría del pais sobrevive con raciones exiguas, los camioneros parecen estar bien preparados para mantenerse por mucho tiempo”. Un periodista preguntó a un grupo de ellos queacampaban y consumían "una abundante comida colectiva de carne, vegetales, vino y empanadas", de dónde obtenían el dinero para ello. “De la CIA", le respondieron entre risas (60).
También se hicieron cotidianos los sabotajes y la violencia, incluidos los asesinatos. En junio se realizó un frustrado ataque contra el Palacio Presidencial por parte de los miembros de Patria y Libertad y algunos militares. En septiembre el ejército se impuso. “Está claro que la CIA recibió durante los meses de julio, agosto y septiembre informes de inteligencia acerca de los planes del golpe por el grupo que realizó el mismo de manera exitosa el 11 de septiembre de 1973” (61), dijo el comité investigador del Senado.
El papel de EE. UU. en ese día decisivo está hecho de sombra y sustancia. El golpe comenzó en el puerto de Valparaíso con el envío de tropas de la Marina chilena hacia Santiago mientras los barcos norteamericanos se mantenían a la vista desde la costa, en apariencia para participar en maniobras conjuntas con los chilenos. Los barcos estadounidenses permanecieron fuera de las aguas territoriales, pero en estado de alerta. Un avión WB-575 —un sistema de control de comunicaciones desde el aire-— piloteado por oficiales de la Fuerza Aérea norteamericana, patrullaba el cielo chileno. Al mismo tiempo aviones de observación y de combate de EE.UU. aterrizaban en la base estadounidense de Mendoza, Argentina, no lejos de la frontera con Chile (62).
En Valparaíso, mientras los oficiales norteamericanos se encontraban con sus homólogos chilenos, un joven estadounidense, Charles Horman, que vivía en Santiago y quedó varado cerca de Valparaíso por el golpe, tuvo la oportunidad de conversar con varios compatriotas, tanto civiles como militares, recién llegados. Un ingeniero naval retirado le dijo: "Vinimos a cumplir una tarea y ya está hecha”. Uno o dos militares también le dieron indicios que no debían haber revelado. Pocos días después Horman fue arrestado en su residencia en la capital. Sabían donde encontrarlo y nunca se le ha vuelto a ver (63).
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